Por: Mary Julliette Montero Moyano
Un día frio, cuando solamente buscaba desahogar mis sentimientos y necesitaba hablar con un amigo, nadie estaba a mi lado, mi única compañía era la infinita soledad, que llenaba mi alma, mi mente, mi ser; fue entonces cuando apareció ante mí un ser desconocido, pero más que eso, se trataba de un ángel.
Ese ángel supo escuchar mi alma sin necesidad de pronunciar palabra alguna, hacía que sintiera en mi alma una paz infinita, paz que hacía mucho tiempo no tenía, ese sentimiento hizo que permaneciéramos así durante varias horas, en medio del silencio, solo bastaba mirarnos a los ojos para sabernos uno y escuchar al otro.
Nuestro encuentro fue muy grato y no quería que terminara sin saber quién era ese ángel que supo escucharme, él ya conocía todo de mi, sabía quien era y qué estaba sintiendo antes de nuestra reunión, y buscó la manera de apartarme definitivamente de ese desconsuelo y soledad que llenaba mi alma, así que tocó para mí una hermosa melodía en el piano, melodía que sanó mis heridas y distrajo mi mente impidiendo mi retorno a la infinita soledad.
En el pasado, el piano también se había convertido en mi amigo y mi forma de expresión más sublime, la música me permitía por escapar, por un momento, de mi realidad, pero inmediatamente después regresaba a ella; pero con esa melodía fue diferente, las notas retumbaban en mi cabeza y cada segundo que pasaba, la melodía producida por el piano me hacía sentir que ya nada podría afectarme.
“Que hermosa melodía”, pensé, y él asintió permitiéndome entender que en algún momento de su vida, la música también lo había salvado, aquella música que tenía el poder de transportarme a un universo donde podía ver que nada de lo que me preocupaba era tan grande y poderoso como la fuerza del espíritu y más aún que la verdadera grandeza solo la tiene nuestro creador.
Ya habían transcurrido varias horas desde que nos conocimos, ya el sol se estaba ocultando y la llegada de la noche era inevitable; fue entonces cuando comprendí que eral el principio y el fin.
Era el inicio de una gran amistad capaz de superar cualquier obstáculo, pero era el fin de nuestros encuentros pues él jamás estaba en un solo lugar, pero yo conservaba la esperanza de que se quedara.
Era el inicio de una gran amistad capaz de superar cualquier obstáculo, pero era el fin de nuestros encuentros pues él jamás estaba en un solo lugar, pero yo conservaba la esperanza de que se quedara.
Jamás volvía a ver a ese ángel que logró descifrar mis enigmas, escudriñar mi vida y tocar mi alma con esa melodía, pero aún lo recuerdo perfectamente, recuerdo sus ojos negros, su piel canela, su sonrisa, la forma en que tocaba el piano; sí, lo recuerdo como si estuviera viéndolo, como si se estuviera repitiendo aquel momento en que decidí dejar de compadecerme y seguir adelante.
Lo único que sé en éste momento es que cada vez que lo necesito él está escuchándome, aunque no lo pueda ver, pues los verdaderos amigos son capaces de oírte en el silencio, verte aunque seas invisible y hablarte sin palabras.
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