miércoles, 20 de abril de 2011

una despedida involuntaria

El cielo está llorando al igual que tus ojos al ver mi partida; hace frío, ya está por caer la noche y tu sigues ahí, junto a la fría losa, viendo cómo poco a poco el resto del mundo sigue su curso.
Las gotas de lluvia disfrazan tus lágrimas, tu ropa está empapada no solo de agua, sino de dolor al igual que tu alma, pero tu sigues allí de pie, solo observando y llorando el recuerdo de mi ser.
Sin que lo notes, yo también estoy allí, a tu lado, queriendo secar tus lágrimas, queriendo tocar tu alma con mis manos para calmar tu dolor, y aunque lo he intentado, he fallado pues ahora estamos en dimensiones diferentes, y yo sufro contigo por estar sin ti.
El tiempo sigue corriendo y tu sigues inmóvil, recordando, extrañando, anhelando mi presencia, sufriendo el último de nuestros besos, ese beso con el que se marcharon mis labios, los mismos que no volverás a ver, los mismos que al igual que los pétalos solitarios de una rosa se marchitan en la helada tierra, aquellos labios que nunca más soltarán sus palabras al viento pues quedaron sellados perpetuamente por aquella señora, la de la túnica tan negra como el azabache, aquella que lleva por cetro una hoz, aquella señora por la cual hoy sufrimos los dos.
Otra lágrima más rueda por tu mejilla, un recuerdo más se dibuja en tu mente mientras el cansancio físico se va apoderando de tu cuerpo, pero aunque sientes desfallecer, sigues allí; tus fuerzas se reducen, tu corazón se estremece y te aferras a esa fría tumba, abrazándola como si yo fuera ella, como si mis manos tocaran las tuyas, y yo estando allí sin poder consolarte, impotente ante tu dolor, rogándole al cielo que me deje despedirme o por lo menos que me deje ser tu ángel guardián para no abandonarte nunca, para que nuestros corazones estén unidos perpetuamente tal como nos juramos aquella noche frente a las estrellas.
Amado mío, si tan solo la muerte nos hubiese dado la oportunidad de estar juntos perpetuamente, no estarías allí tirado sobre el pavimento llorando amargamente mi ausencia, y yo no estaría aquí viendo como sufres porque la vida se me fue en un suspiro.

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